15 diciembre 2009

En la Alhambra

El agua corre silenciosa a mis pies en uno de los patios nazaríes, pero el recuerdo de las ruinas que he visto minutos antes de entrar se aferra a mi mente. Según el guía eran viviendas habitadas por funcionarios del palacio. Su arquitectura resulta familiar enseguida: el pequeño atrio con el impluvium, las habitaciones a su alrededor, la letrina dotada con agua corriente. Roma llegó por el estrecho de Gibraltar. Cuando Tarik y Muza lo cruzaron en 711, Occidente invadió a Occidente, con su medicina, astronomía, matemáticas, arquitectura y algunas cosas más. A lo largo de la Historia, la cultura decae y resurge para salvar al ser humano; la religión hace lo propio, aunque demasiadas veces es el pretexto del poder para incitarnos a destruirnos entre nosotros. Y, una vez más, repito aquella frase cuyo autor no recuerdo, que impresionó a Marguerite Yourcenar hasta el extremo de impulsarla a escribir sus Memorias de Adriano: "Hubo un tiempo, entre Cicerón y Marco Aurelio, en el que sólo estuvo el hombre".

02 noviembre 2009

Nada de nada

    Cuenta Pérez Galdós que Nicolás Estévanez, ministro de Gobernación durante la Primera República (1873), pegó en el exterior de la puerta de su despacho un cartel que decía algo parecido a lo siguiente: "Aquí no se dan destinos, ni recomendaciones, ni dinero, ni nada".

    Estévanez duró en su cargo aún menos que la propia República, que sólo tuvo nueve meses de vida.

01 noviembre 2009

Cinco horas diarias

Leo en Expansión que la esperanza de vida en España aumenta cinco horas diarias. He aquí un buen motivo para pagar a Hacienda sin rechistar. Da lo mismo que en el asunto se pueda ver algún parecido con aquello de vender el alma al diablo (si el diablo es Hacienda, la comparación es casi obligada). Es una oferta que no se puede rechazar, como las que hacía Vito Corleone.
Me pregunto si ese rating puede mejorar. Al fin y al cabo, si lográramos un aumento de 24 horas diarias alcanzaríamos la inmortalidad. ¿Y entonces, qué?

18 octubre 2009

Vuelven las jaurías

En la facultad me enseñaron el significado de la presunción de inocencia. Hoy día casi hay que sentirse culpable por creer en ella. Leed la mayoría de los comentarios que la gente escribe en la prensa online, para adornar -ensuciar- las noticias que se publican acerca de los procesos judiciales en curso que afectan a políticos y famosos. Me recuerdan a esos viejos grabados de hace un par de siglos, cuando a los condenados se les paseaba por las calles antes de ejecutarlos públicamente. Los espectadores vomitaban su odio, rugían, vociferaban, amparados en el anonimato de la multitud. Las jaurías de hoy se ocultan tras una pantalla de ordenador. ¿Qué harían si se pusiera una cesta con piedras a su disposición y se les garantizara el poder lanzarlas sin ser vistos? La pregunta es retórica, desgraciadamente.